¡Pues resulta que también para la palabra hay homenaje! Aunque en esta
ocasión sí que merecido porque, ¡hay que ver cómo se han devaluado y
hasta vulgarizado el afortunado término que, por cierto, en mis
tiernos años, decir homenaje era sinónimo de tal grandeza que uno se
sentía así como a años luz del homenajeado! Pero, bueno, a lo que iba,
ahora le toca el turno a la palabra y en los medios cunden las
encuestas: ¿cuál es la palabra más bella del castellano? Y ahí están
los resultados: Amor le saca la cabeza en mucho a todas. Y le siguen,
tolerancia, libertad, etc. Hace tiempo escribí un cuento en el que un
hombre vendía palabras. La gente, enloquecida, quería comprarlas
todas. No obstante, mi filósofo vendedor pedía por cada palabra un
alto precio. Por el amor, por ejemplo --decía--, no puedo pedir nada,
porque el precio del amor es amar sin precio. ¿La tolerancia? ¡Uy! No
está en venta. De cualquier forma, si alguien la desea, la regalo,
pero tened en cuenta que, si la necesitáis, jamás seréis tolerantes.
Cosas así que, poco a poco, iban subiendo los humos de la clientela,
hasta que alguien, más que cabreado, exclamó: ¡Fuera de aquí! Tú no
vendes nada. El vendedor dijo: Así es: las cosas que yo proclamo no
son mercancía de compra y venta, porque son dominio del alma. ¡Vaya
con mi mercader! ¡Qué desfasado andaba el pobre! Hoy día, con un
tenderete en cualquier mercadillo y con palabras como, dinero, poder,
fama etc. ¡se hubiera forrado! No obstante las encuestas proclaman
como ganadora la palabra amor, y no por lo bien o mal que suena sino
porque... ¡Todos queremos más, pero mucho más! Y yo, tal vez
ingenuamente, me pregunto: ¿Amor para dar, amor para recibir o amor
para votar una tonta encuesta? Mi voto, si hay que votar, mi homenaje,
aunque me salte las reglas del juego, es para la palabra Blanca: era
el nombre de mi madre.
* Maestra y escritora
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