Muchas veces he repetido cómo en mis largos años de trabajo presencial
en las aulas he aprendido de los alumnos mucho más de lo que pueda
haberles enseñado. Y eso es así y lo será siempre, si sabemos estar
atentos a cuantos mensajes nos están comunicando, tanto con sus
palabras como con sus silencios. Y una vez más, una simple anécdota
desata mis reflexiones, que quiero traducir en palabras. Ocho de la
tarde. Mis nietos en desbandada asaltan mi piso. De pronto quedan como
paralizados y con la vista clavada en un decorativo cenicero donde
quedan restos de ceniza y una colilla que, la asistenta, tras
apagarla, ha dejado olvidada. Y a coro, la tropa me lanza una
fulminante pregunta: ¿Abuela, tú fumas? Sobran explicaciones pero,
ante el cenicero, la angustiosa pregunta de mis nietos bien merece una
reflexión. Es evidente que estos niños nacieron, crecieron y se
educaron antitabaco. Conocen los peligros que corren los fumadores y
detectan, temen el olor de un cigarro. Está claro que las campañas
bien llevadas y asumidas por los educadores de forma adecuada, dan
excelentes resultados, pero yo hoy me hago una pregunta a la vista del
espectáculo que, por ejemplo, esta Semana Santa, presencié en una
procesión: Pandillas de chicos, con no más de trece años, literalmente
borrachos, algo que se ha convertido en la mejor diversión y en lo más
normal del mundo. Y lo difícil, cuando ya una práctica adquiere la
categoría de hábito, es la prohibición, que siempre es el recurso más
facilón y más a mano. Para mí, prohibir, en la mayoría de los casos, y
la experiencia me avala, equivale a fomentar. Se precisan, urgen,
padres, maestros, instituciones, que, desde los primeros años, eduquen
en la cultura de los grandes peligros del alcohol, ya que será muy
tarde cuando nos lamentemos y hagamos frente a sus consecuencias, tan
graves, o más, como las del tabaco.
martes, 31 de mayo de 2011
Campañas bien llevadas
01/06/2011 ISABEL AG ERA
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