Isabel Agüera Espejo-Saavedra
Córdoba
Juan Cabrera era mi cuñado: murió en la madrugada del pasado sábado
día 25. El hombre --dice R. Tagore-- no se revela en su historia, sino
que lucha a través de ella. Y este aspecto de luchador nato es el que
quiero destacar. A Juan Cabrera lo conocí... ¡ni recuerdo cuándo!,
pero era un joven enamorado, inquieto... Sin haber tenido apenas
escuela, comenzó sus primeros pasos en el difícil camino de crear su
pequeña, gran empresa en aquellos pobres y duros años de la
postguerra, entendiendo, asimilando y superando que el ideal está en
nosotros, y también, para superar este ideal, está en nosotros el
obstáculo que vencer sin decaimiento. Y considero importante y
necesario destacar este aspecto, hoy día, más que nunca, por el
desánimo que cunde en la juventud.
Juan Cabrera venciendo dificultades a golpe de intuición, trabajo e
ilusión se fue elaborando un futuro, eligió por compañera a una mujer
inteligente, de familia educada y católica: la popular, para todos,
Blanquita, mi hermana, compañera con la que tuvo hijos, formó una
familia... Pero la vida no tardó en mostrarles la mano invisible y
poderosa del dolor: dos hijos que como la espuma del mar que flota
sobre la superficie del agua, desvaneció el viento, dejándolos sumidos
en una eterna interrogante: ¿Por qué-? ¿Para qué?
Hay un proverbio que dice: Eres tan bueno como lo mejor que hayas
hecho en tu vida: Y lo mejor que hizo en su vida fue vivir, seguir
viviendo, sacando ilusión de la nada. Hoy ya no está pero desde lo más
hondo y sincero de mi corazón, confieso que lo quise, que lo valoré,
que lo admiré.
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