jueves, 9 de febrero de 2012

Artículo escrito por la periodista Ángeles Caso, que merece mucho la pena leer


> Estas bellas palabras de Ángeles Caso merecen una reflexión (artículo
> publicado en La Vanguardia el 19-1-12).
>
> Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado
> inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por
> suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada
> material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada
> día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi
> existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para
> empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito
> ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada
> de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la
> sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
>
> Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el
> éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con
> dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que
> paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a
> los quejumbrosos y malhumorados, a los
> egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de
> honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en
> la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de
> lujo que ensucian el mundo, los abrigos de
> pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas
> fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas
> de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
>
> Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio
> bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual
> construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se
> meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en
> las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los
> que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A
> los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir,
> pensar y ser.
>
> Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la
> ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas
> carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo
> dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un
> pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y
> la más hermosa de las músicas. Por lo
> demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi
> conciencia esté tranquila.
> También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que
> pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad
> para sobrellevar el dolor y toda la alegría para
> disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar
> desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de
> haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando
> cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de
> ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo
> que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas
> piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso.
> Casi nada. O todo.

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