miércoles, 26 de enero de 2011

Educacion, placer olvidado

 
26/01/2011 ISABEL AG ERA
 
Sí, ¡qué placer resulta la educación! Algo, por cierto, que parece haberse depositado en el almacén de objetos perdidos o pertenecer a la escala de imposibles como el consabido dicho de encontrar un mirlo blanco. Mi padre, mi maestro y el gran hombre de mi vida, en constante trance educativo, dedicaba su escaso ocio a educarnos, a los siete hijos que éramos, en modales, palabras, comportamientos. ¡Y cómo corríamos a escondernos debajo de la cama cuando presentíamos la puesta en escena ante una visita! Pero no había escapatoria posible: era necesario aprender a saludar, respetar, atender- al visitante. ¡Y cómo teníamos que comparecer a la mesa! Limpios, peinados, bien sentados, bien hablados- Pero aquel tipo de educación, en mucho y para muchos, se esfumó, pasó al índice de la historia o, tal vez como en mi caso, al de la nostalgia y memoria. Sin embargo, de vez en cuando, y donde menos se piensa, la educación se hace manifiesta como me ha sucedido hoy en un corto trayecto en taxi. Interiormente, me quejo, me revelo en situaciones similares en las que el mensajero se olvida de la educación debida, y habla, comenta, ríe, oye música, etc. como si el mensaje, pagador personificado, fuera poco menos que una maleta vacía. Mi taxista, hoy, me ha hecho sentir el placer de la educación: palabras precisas, correctas y hasta cultas. Gestos inusuales: bajarse a abrir y cerrar la puerta del taxi, limpieza y postura impecables. Me suele suceder que, sin saber a qué obedece, me siento acariciada, querida, cuando oigo música.
 
Hoy, al bajar del taxi, no solo me he sentido correctamente, refinadamente, diría yo, tratada sino -¡y esto sí que es milagro!- importante. Por ello, una vez más, y en ello llevo toda mi vida, eduquemos, por favor, porque la educación puede ser caricia que alivie los rigores de los días, o al menos, haga que nos sintamos personas.
 
 
 

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