martes, 7 de diciembre de 2010

Tambien hay curas santos

07/12/2010 ISABEL Agüera

Era una noche muy negra de tormenta, cuando la "catalana" aterrizó por
fin en la aldea de Fuente Carreteros. Un puñado de gente, apontocada
en los quicios de las cuatro casas cercanas, se apiñó al chirriar de
frenos, repique, no obstante de campanas, que evidenciaban al fin, la
llegada de la nueva maestra. Era mi primera escuela, y era casi una
niña asustada que con rechinar de dientes fui acogida con clamor de
vítores y palmas. El primero en acercarse y allanarme la llegada fue
él: un cura joven que, también en su primer destino, me tendía una
mano: Pepe Pérez Galisteo. Tranquila. Y medio en borondillos me
transportaron a su iglesita, situada en el centro de cuatro
destartaladas y oscuras calles. Sólo recordando mi estancia en la
aldea, sus silencios, sus olores, su gente, sus niños y sobre todo su
cura, puedo dar fe de que he vivido. Hoy, aquel cura, ha muerto y ha
tenido que pasar algún tiempo para que pueda serenamente recordarlo en
palabras. Muchas veces me he repetido que a la hora de mi muerte
quisiera tenerlo a él a mi lado, pero me cogió la delantera y se fue
como vivió: sin hacer ruido. Y ahora me queda aquella fragancia a
rosas que despiden los santos. ¡Cuántas veces fui testigo oculto de
cómo se quedaba sin comer para dar su comida a los pobres! ¡Cuántas
horas pasaba cada día junto a los enfermos! ¡Cuánta humildad,
sencillez y amor se percibía en su cercanía! Que lo diga la gente de
aquella, hoy histórica, aldea. Que lo digan los enfermos de Reina
Sofía donde tantos años fue capellán. Que lo digan sus feligreses de
Monturque y los de la parroquia Virgen del Camino. Santo canonizable
para el que reivindico que su nombre se rotule en aquellos lugares por
donde pasó. Por mi parte no tengo que erigirlo en monumento alguno
porque él sigue vivo y como el santo que era instalado en la placita
de mi corazón.

* Maestra y escritora

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