"Cuando llegué a casa, papá y mamá no sabían qué hacer conmigo. Ahora no sabrían qué hacer sin mí".
El niño que aparece arriba se llama Íker, y me alegró el domingo. Tuve la suerte de toparme con él y con su familia en Majadahonda, por pura casualidad. Su padre nos enseñó orgulloso esta foto en su móvil y comprendimos que ese Íker que nos había enamorado en media hora, que ese niño tan especial que no paraba de besarnos con pasión, era en realidad una estrella. Movido por la curiosidad y porque el padre de Íker nos había contado que cada familia había elegido la frase que acompaña la foto de su hijo, ayer estuve viendo las 130 obras de arte que componen esta fabulosa exposición. Y en cada imagen, una lección que estos niños con síndrome de Down nos dan a nosotros, los prejuiciosos. Con cada paso entre los pedestales, vas comprendiendo que el único subnormal que hay eres tú mismo, y que ellos lo que son es seres extraordinarios o, como le gusta al padre de Íker, "niños especiales", o mágicos, como dice la familia de Ana, en una foto abajo. La exposición entera se resume con la frase de Pablo (debajo de su foto): "Cuando llegué a casa, papá y mamá no sabían qué hacer conmigo. Ahora no sabrían qué hacer sin mí". Esta exposición, organizada por la Fundación Síndrome de Down de Madrid, es un canto a la vida y, sobre todo, una genial forma de comunicar que los niños con esa enfermedad son todo lo contrario de lo que mucha gente piensa:
. ¿Se desenvolverán con más dificultad mañana? Sí, ¿y? Con pensamientos como el de María: "Tengo un cromosoma más. Y tú, ¿qué tienes diferente?"
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