miércoles, 19 de enero de 2011

Mi MIRAR Y VER A PROPÓSITO DEL TAVBACO

DIARIO CÓRDOBA
ISABEL AGÜERA
Ayer yo no conocía a Seba. Ayer, aquella novena planta del Hospital no
era lugar para mí. Hoy, en un repente, en un instante de mi
desconcierto, la muerte y yo nos sentamos frente a frente en un
atardecer de silencios y nubes. Sí, Seba es un muerto que respira. Sus
ojos, una mirada que agoniza. Sus boca, labios secos, agrietados por
donde se escurren palabras que caen en la soledad de aquella sala, de
aquel olvido, de aquella planta de desahucios: Un hacha, niña, un
hacha, y… ¡plaf! ¿Para qué quiero andar? ¡Ya irá por mí la funeraria!
Seba es una calva desollada que se hunde eternamente sobre su hombro
derecho, hueso que rompe la piel y se yergue en esqueleto. Seba es un
cáncer que alimenta una botella de suero, y es un puñado de pellejos
que se revuelven en mantas azules que apestan a sangre, a
medicamentos viejos, a leche caliente… Y es una gangrena que le roe,
que le devora calmantes de día y noche Y es, sobre todo, un cigarro
que no se apea de su media mano libre de esparadrapos y agujas, y es
un chorro de lágrimas y un murmullo de quejidos en monólogo que tan
sólo yo escucho: ¿Por qué no me cortarían las manos, niña, antes de
encender el primer cigarrillo? Y yo miraba a Seba y Seba. me miraba, y
unas golondrinas sobrevolaban la nave, y las alarmas de las
habitaciones eran gritos incubados en urgencias sin remedio. Un
deber inexorable me ha sentado codo a codo con Seba. Ayer no lo
conocía, ni conocía la nave de muerte de este hospital, ni las
alarmas de mis pulmones, vida todavía. Ayer, hoy, recostada en el
chirriar de este sillón corinto, sillón de todos los tiempos y de
todos los ayes del mundo, noto que me llora el alma, que me duele el
corazón y que, conjurando a dios o al diablo, con toda mi alma, pido,
¡maldita sea!, un hacha para Seba. Y esta historia es real, pero,
¡allá cada uno! Mi respeto y compasión a todos los Sebas del mundo.

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