martes, 19 de mayo de 2009

Antes, ahora y mañana

Antes, ahora y mañana
19/05 · 13:05 · Ana Isabel Espinosa
Cuando la madre de Carmen, con 46 años, se enteró que estaba de nuevo
embarazada, después de siete hijos, se desesperó , estuvo días
comiendo estropajo seco y saltando desde alturas increíbles, para ver
si con la mala comida o los golpes de las caídas, lograba desprenderse
de esa carga no buscada, sólo logrando, casi, conseguir matarse.
La Pinpina, dejó al niño que parió con más de 40 años, mamando hasta
los cuatro, porque de sus nueve embarazos era el único en que se le
había retirado la regla, al dar el pecho, y pese a que su marido
deseaba llegar a la docena de hijos, ella, que los paría en su casa,
sola e hinchada de dolor, rezaba en silencio, porque éste fuera el
último.
No somos las mujeres, brujas, ni malas, sólo somos poseedoras y
esclavas de la vida que dispensamos.
No sé cuántos medios se habrán usado, pero sí que siempre se han
usado, para intentar no perder esa libertad que tiene el hombre, esa
independencia y esa frialdad, no ganadas, que lo hace levantarse de la
cama y no mirar atrás, tras haber practicado sexo.
Las mujeres de más de cincuenta, de este país, han deseado manejar su
sexualidad y su vida, que, para colmo de males es lo mismo, sin verse
sometidas, como los animales, a los dictámenes de la naturaleza.
Ahora lo vemos todo muy sencillo, porque existen los medios
anticonceptivos completos y efectivos y la gente de mi edad, para
abajo, selecciona a los hijos en una cita predesignada dentro de su
agenda de trabajo, marcando fechas y meses, tan metódica y fríamente,
como si en vez de concebir un hijo, se fueran a comprar una casa.
Y es que los tiempos han cambiado a marchas forzadas y si no que se lo
digan a aquellas señoras de 80 o 90 que se conservan la mar de bien y
que parieron a varios hijos, se educaron y salieron adelante, de
verdad no sé bien cómo, pero apretando dientes, levantando barbilla y
dejando todos los sueños aparcados, seguro.
Entonces no tenían la libertad de elegir la maternidad, sino que venía
condicionada por la naturaleza y la potestad del padre o del marido,
más bien a medias.
Han pasado lustros y se podría –falsamente– pensar que ya está todo
superado, que, desde la liberación femenina, los métodos
anticonceptivos están al alcance de cualquiera, y que para qué hace
falta, por ejemplo, llevar a pie de calle, la píldora del día
después….
Y en verdad que no harían falta si la educación fuera una asignatura
obligatoria en todas las casas, si la libertad se aplicase por decreto
y las elecciones fueran medidas y sopesadas con total madurez, pero
siempre que exista una chica muy joven, esperando turno para abortar,
mientras su madre, sin mirarla y con la cara contraída, reza a su lado
un silencioso un rosario, sin parar, como sociedad, todos, habremos
fallado.
Mientras no consigamos que niñas menores de14 años, dejen de jugar a
las casitas con cabestros de 20, peleando la danza del cuerpo a cuerpo
en la frondosidad de un parque lleno de columpios, seremos una pura
aberración como pueblo.
Hay que educar en libertad y saber claramente las consecuencias de lo
que se está haciendo, porque –dejémonos de tonterías– en cualquiera de
los casos sólo las mujeres pagaremos los platos rotos, siempre hemos
sido las víctimas y siempre han sido nuestras lágrimas las que han
mojado el suelo patrio. Nuestros ovarios no son moneda de cambio de
modas, ni políticas, no lo son de dictámenes, ni de normas, sólo son
parte de nuestro cuerpo y nuestro futuro, el fruto de nuestro esfuerzo
y la lacra de ser mujer, en un mundo aún no terminado de sociabilizar
para nosotras; ciertamente, también, la limitación que nos frena en
nuestra carrera, el desarrollo no querido de un sexo que en el lado
masculino es secreto y consentido socialmente y algunas veces, sólo
algunas maravillosas veces, el origen de una vida que nos da grata
felicidad y plenitud completa.

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