Benedicto XVI, gracias por renunciar: el impresionante testimonio de
un joven de 23 años
Sólo sabemos que se llama Daniel y que tiene 23 años. Su testimonio
puebla las redes sociales desde que se conoció su carta.
La frescura, espontaneidad y sinceridad de sus palabras han hecho que
muchos católicos y no católicos se sientan identificados con sus
reflexiones e incluso cambien su actitud crítica ante la inesperada
dimisión. Un testimonio oportuno en medio de tantas suposiciones
falsas y prejuicios.
Creo que, parafraseando a Daniel, también nosotros podemos decir:
"¡Santidad, gracias por renunciar!".
Tengo 23 años y aún no entiendo muchas cosas. Y hay muchas cosas que
no se pueden entender a las 8:00 am cuando te hablan para decirte
escuetamente:
"Daniel, el Papa dimitió." Yo apresuradamente contesté: "¿Dimitió?".
La respuesta era más que obvia, "O sea renunció, ¡Daniel, el Papa
renunció!".
El Papa renunció. Así amanecerán un sin fin de periódicos mañana, así
amaneció el día para la mayoría, así de rápido perdieron la fe unos
cuantos y otros muchos la reforzaron. Y que renunciara, es de esas
cosas, que no se entienden.
Yo soy católico. Uno de tantos. De esos que durante su infancia fue
llevado a misa, luego creció y le agarró apatía. En algún punto me
llevé de la calle todas mis creencias y a la Iglesia de paso, pero la
Iglesia no está para ser llevada ni por mí, ni por nadie (ni por el
Papa). En algún punto de mi vida, le volví a agarrar cariño a mi parte
espiritual (muy de la mano con lo que conlleva enamorarse de la
chavalita que va a misa, y dos extraordinarios guías llamados padres),
y así de banal, y así de sencillo, continué un camino en el que hoy
digo: Yo soy católico. Uno de muchos, si, pero católico al fin. Pero
ya sea un doctor en teología, o un analfabeto de las Escrituras (de
esos que hay millones), lo que todo el mundo sabe es que el Papa es el
Papa. Odiado, amado, objeto de burlas y oraciones, el Papa es el Papa,
y el Papa se muere siendo Papa. Por eso hoy cuando amanecí con la
noticia, yo, al igual que millones de seres humanos, nos preguntamos
¿por qué?. ¿Porqué renuncia señor Ratzinger? ¿Le entró el miedo? ¿Se
lo comió la edad? ¿Perdió la fe? ¿La ganó?. Y hoy, después de 12
horas, creo que encontré la respuesta: El señor Ratzinger ha
renunciado toda su vida. Así de sencillo.
El Papa renunció a una vida normal. Renunció a tener una esposa.
Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la
mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las horas de estudio.
Renunció a ser un cura más, pero también renunció a ser un cura
especial. Renunció a llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de
teología. Renunció a llorar en los brazos de sus padres.
Renunció a teniendo 85 años, estar jubilado, disfrutando a sus nietos
en la comodidad de su hogar y el calor de una fogata. Renunció a
disfrutar su país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su
vanidad. Renunció a defenderse contra los que lo atacaban. Vaya, me
queda claro, que el Papa fue un tipo apegado a la renuncia.
Y hoy me lo vuelve a demostrar. Un Papa que renuncia a su pontificado
cuando sabe que la Iglesia no está en sus manos, sino en la de algo o
alguien mayor, me parece un Papa sabio. Nadie es más grande que la
Iglesia. Ni el Papa, ni sus sacerdotes, ni sus laicos, ni los casos de
pederastia, ni los casos de misericordia. Nadie es más que ella. Pero
ser Papa a estas alturas del mundo, es un acto de heroísmo (de esos
que se hacen a diario en mi país y nadie nota). Recuerdo sin duda, las
historias del primer Papa. Un tal Pedro. ¿Cómo murió? Si, en una cruz,
crucificado igual que a su maestro, pero de cabeza. Hoy en día,
Ratzinger se despide igual. Crucificado por los medios de
comunicación, crucificado por la opinión pública y crucificado por sus
mismos hermanos católicos.
Crucificado a la sombra de alguien más carismático. Crucificado en la
humildad, esa que duele tanto entender. Es un mártir contemporáneo, de
esos a los que se les pueden inventar historias, a esos de los que se
les puede calumniar, a esos de los que se les puede acusar, y no
responde. Y cuando responde, lo único que hace es pedir perdón. 'Pido
perdón por mis defectos'.
Ni más, ni menos. Que pantalones, que clase de ser humano. Podría yo
ser mormón, ateo, homosexual y abortista, pero ver a un tipo, del que
se dicen tantas cosas, del que se burla tanta gente, y que responda
así... Ese tipo de personas, ya no se ven en nuestro mundo.
Vivo en un mundo donde es chistoso burlarse del Papa, pero pecado
mortal burlarse de un homosexual (y además ser tachado de paso como
mocho, intolerante, fascista, derechista y nazi). Vivo en un mundo
donde la hipocresía alimenta las almas de todos nosotros. Donde
podemos juzgar a un tipo de 85 años que quiere lo mejor para la
Institución que representa, pero le damos con todo porque "¿con qué
derecho renuncia?". Claro, porque en el mundo NADIE renuncia a nada. A
nadie le da flojera ir a la escuela. A nadie le da flojera ir a
trabajar. Vivo en un mundo donde todos los señores de 85 años están
activos y trabajando (sin ganar dinero) y ayudan a las masas. Si,
claro.
Pues ahora sé, Señor Ratzinger, que vivo en un mundo que lo va a extrañar.
En un mundo que no leyó sus libros, ni sus encíclicas, pero que en 50
años recordará cómo, con un simple gesto de humildad, un hombre fue
Papa, y cuando vio que había algo mejor en el horizonte, decidió
apartarse por amor a su Iglesia. Va a morir tranquilo, señor
Ratzinger. Sin homenajes pomposos, sin un cuerpo exhibido en San
Pedro, sin miles llorándole aguardando a que la luz de su cuarto sea
apagada. Va a morir como vivió: siendo un Papa humilde.
Benedicto XVI, muchas gracias por renunciar.
lunes, 4 de marzo de 2013
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